Por eso, silencio y respeto para recordarlos. Mientras se preparaban para partir a las islas, ellos no sabían que aquel día en sus casas era el último. No sabían que nunca más se levantarían de esa cama. No tenían ni idea que cada puerta que cerraban, cada cosa que movían, cada cuarto que dejaban atrás, lo hacían para siempre. Nadie les avisó que al despedirse, los besos y abrazos que les dieron a sus madres, a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos, a sus esposas, a sus hijos, serían los definitivos.
Cada 2 de abril -especialmente cada 2 de abril entre todos los días del año- ellos son un recuerdo doloroso. Son una foto en un portaretrato, una prenda que quedó en el ropero, un banderín de un club que pierde el color colgado en la pared, una anécdota evocada con cariño, una última carta. Otras familias tienen a sus hijos con ellos, volvieron heridos, o volvieron sanos, aunque también están heridos. Porque todos ellos fueron heridos en las islas, todas sus familias fueron lastimadas. Nadie salió ileso.
Hace 33 años, la insensatez hizo que el agua del océano y la tierra fría se llevaran a 649 hombres. No son hombres cualquiera, tienen los honores que la historia sólo le entrega a los héroes. Desde entonces la Bandera es un poco más de ellos que de todos nosotros.
Esas islas en el Atlántico, de manera inexorable y en paz serán nuestras. Aunque ellos jamás volverán.
Por eso, silencio y respeto para recordarlos.
texto extraido de las rdes sociales, enviado a la redacción de por un lector de RamalloInforma.com.ar
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