Es bueno ejercitar de dónde venimos
En 2003, entre los gobiernos de Duhalde y Nestor Kirchner, se terminó con la fantasía del uno a uno, y aprendimos de lo desastroso de un dólar ficticio para que la clase media porteña viaje al exterior casi gratis. Por aquellos momentos se eliminó el festival de bonos tanto nacional como de las provincias. Nos sacaron del club del trueque. Nestor con una medida discutible pero no menos satisfactoria, impidió que la última generación escuchara los términos «riesgo país» y «FMI» sea para bien o para mal, un verdadero paso adelante para quien tiene buena memoria. Pero de nada hubiera servido, como pasó en casi todos los pueblos que nos rodean, si no hubiera accedido al poder local, una nueva generación que propiciara cambios en lo cotidiano, en nuestras propias vidas y en nuestro entorno inmediato, como lo hizo Ramallo con la figura de Ariel Santalla como intendente. Para ejemplo basta ver los barones del cono urbano, que después de décadas en el poder de sus distritos, nada de nada, ha cambiado. Los intendentes si pueden alterar las vidas de sus vecinos, para bien o para mal. Y fuimos de los afortunados que vimos crecer a Ramallo, en forma antes impensada.
La década del 90 termino con el despilfarro estatal de dinero que repartía la ex Somisa y mantenía a nuestra zona en una especie de pulmotor financiero, también ficticio. Fiel a la costumbre argentina nos fuimos de una banquina a otra, y Menem la vendió, la regaló con la aprobación del gremio y el apoyo social al «menemato», simplemente se la saco de encima sin ni siquiera quedarse con el 49% como inversión para el país. Y esto recién empezaba a empeorar. Terminamos con un legado menemista que dejó a la argentina literalmente sin nada, y a Ramallo, solo en la subsistencia vía la canilla de la provincia que supo y pudo pilotear Ballester, y luego Ostan, ya en una recesión creciente.
Ya en 2002, en lo más profundo del pozo en el que caímos, la oscuridad era lo único que se vislumbraba. Ese desanimo real, esa chatura y desaliento, falta de ideas, nulas perspectivas de re-construir una ciudad, un partido, las intenciones o acciones sin frutos, la falta de decisiones y apuestas más ambiciosas y la falta de creatividad, dieron lugar a un único manotazo que intentó sin éxito, dar algo de solución por aquella época: decenas de micro emprendimientos fallidos una y otra vez. Esa mirada de que un pueblo condenado a no tener futuro y que solo pudiera sobrevivir de la teta del estado, encontró un punto final el día que el entonces también joven nuevo intendente, Santalla, con casi la misma edad con la que hoy alcanza Poletti la intendencia, dio un giro y nos puso frente a un horizonte diferente, lleno de posibilidades y desafíos que valían la pena ser encarados. Fue el punto final a los líderes pobres de ideas e iniciativas (situación en la que el mismo se vería atrapado en su tercer mandato).
Los Ramallenses aprendimos que se puede crecer, levantarse y jugarnos por ser más que un punto desconocido y olvidado en un mapa. Y eso lo aprendimos con Santalla y se lo exigiríamos en el futuro al propio Santalla y a todos los que vendrán después.
Lo que pocos intendentes conquistaron:
El contexto cambió, el país se vio beneficiado y un buen gobierno de Nestor Kirchner abrió el camino que pocos intendentes supieron aprovechar tanto como lo hizo Santalla. Pueden gustarnos o no las formas, las decisiones, incluso las consecuencias negativas de algunos de los nuevos rumbos a los que nos empujó Santalla, como también estuvimos en desacuerdo en muchas delas batallas que hubo en el medio del trance. Pero así es como se construye. Discutiendo, peleando respetuosamente por lo que creemos mejor. Todas las posiciones creen que tienen la razón, pero lo importante es superar las discusiones y acordar la evolución. La plaza del estibador tal vez fue la lucha más grafica hasta la llegada de «el tonelero no se toca». Pero el resultado está a la vista. Hoy Ramallo cuenta con un hotel que jerarquiza la costa, esta plantado para satisfacer a quienes tienen demandas muy exigentes, una oferta también impensada años atrás. Es un gran edificio y se pudo hacer permitiendo a la vez la existencia de la plaza. En aquel momento, ganó Santalla, ganó la gente que peleaba por su espacio, ganó el proyecto turístico y ganó Ramallo: el resultado está a la vista. Hoy Ramallo está en el mapa. Es un polo de mini turismo real, generador de ingresos genuinos, de trabajo para decenas de personas, y de grandes posibilidades a futuro si sabemos elegir a las figuras que potencien la riqueza de la naturaleza que tiene Ramallo para ser explotada con responsabilidad.
La infraestructura turística que hoy cuenta Ramallo, con centenares de plazas disponibles eran un delirio para cualquiera, tan solo hace una década atrás. Hoteles, edificios y complejos de cabañas de baja, media y alta calidad, restaurantes familiares y hasta opciones de primer nivel, es parte de la oferta actual del Ramallo que deja de pie Santalla para que Poletti tome la posta.
Santalla fue sobre todo un visionario que supo atraer inversiones y ponerlas en movimiento.
Santalla supo imponer una mirada nueva del comercio portuario, de la industria y del turismo, entre otras. Santalla provoco la modernización de Ramallo como nadie jamás lo había hecho, con una actitud pragmática, audaz y por sobre todo una visión ambiciosa a largo plazo. Supo tomar las medidas claves que cambiaron el rumbo de Ramallo, que hasta su llegada era por demás de oscuro.
Todos, incluido el nuevo intendente, le debemos a Santalla un Ramallo nuevo, de pie y desarrollado, más allá de las diferencias que nos separen y los reclamos que aun queden por atender, y que no son ni pocos ni sin importancia. Hoy tenemos un Ramallo con horizonte de crecimiento ilimitado, y fue el intendente que se va, el que dio el primer gran paso y lo hizo posible. Esperemos que el cambio de gobierno resuelva todo lo que Santalla no consiguió, y permanezca a la altura de las exigencias de los tiempos modernos en los que vivimos. Mirar solo lo pequeño, lo inmediato, sería un error tan grande como solo pensar en el futuro únicamente. Debemos exigir que ambas perspectivas se desarrollen en simultaneo.
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