Cuando uno ve que se gastan miles o millones en destinos cuestionables, en cualquier orden de gobierno, no puede dejar de preguntarse el «¿por qué?», cuando como contrapartida, falta ese dinero en la inversión de cuidar la vida. Seguramente el embellecimiento de una ciudad acaricia el ego de gobierno que la realiza, les puede inclinar en alguna medida la balanza electoral, y puede gozar hasta de elogios realmente sinceros. Pero la pregunta de «porque», tal vez no sea la correcta.
La pregunta adecuada podría ser ¿qué escala de valores tiene el jefe de gobierno electo (nación, provincia, distrito o localidad) que lo lleva a adoptar un orden de prioridades que establece lo básico para la vida de la sociedad, en lo más bajo de esa escala?.
¿Y los responsables?
¿Quién es el responsable de las muertes de la ruta 51?. Cada caso debe tener un responsable, incluso el que no vio el pozo, o trató de esquivarlo y encontró la muerte. Si, la muerte. Pero en este caso hay muchos responsables que pasamos por alto, y por sobre todo aparece la ausencia del estado en garantizar la transitabilidad en la ruta 51. Alguno puede ser más extremista y decir el responsable es «el gobernador», pero hay muchos que co-gobiernan y cumplen responsabilidades directas en las áreas que tienen que ver con vialidad y los hace tan responsables como al gobernador, como a los organismos de control, como a la justicia que no intima y obliga a actuar a los gobiernos en casos tan visiblemente dañinos. Y la omisión municipal de tapar baches cuando no los hace la provincia, teniendo el dinero para paliar la situación, también debería apuntarlos en la lista de responsables. Pero Siempre hay otras prioridades. Evitar la muerte no está en la lista. La ruta 51 solo es un ejemplo ilustrativo de como deciden los gobiernos, por omisión, permitir que la muerte potencial y anunciada, vuelva a suceder una y otra vez.
La prioridad en los gastos públicos.
Sin ir más lejos, hemos criticado la tremenda inversión innecesaria e inútil en «la zona calma», tanto como la ausencia del estado en cuestiones sanitarias, de vivienda (o ayuda de acceso a tierras) e incluso la ausencia de controles reducidos a pocas horas de los fines de semana, en áreas muy manejables, respecto al consumo excesivo de alcohol, velocidad y venta de drogas ilícitas, en una franja muy concentrada de la población: los jóvenes que salen a divertirse los fines de semana. No hay que rastrillar miles de kilómetros cuadrados. Solo hace falta control en algunos puntos, y tratar de, por lo menos, evitar que el riesgo anunciado continúe o empeore. Ahí no hubo inversión del estado local, y no podemos esperarlo de la provincia como en el caso de la ruta 51. Recién hace un mes se compraron alcoholímetros que no había porque eran caros. Pero la «zona calma» costó el equivalente a media centena de alcoholímetros.
Sabemos quiénes son los que tienen más accidentes fatales.
Los últimos tiempos, la enormidad de accidentes de jóvenes, incluso de muertes o de lesiones muy graves y con consecuencias irreversibles, vuelve a obligarnos a preguntar cuál es la escala de prioridades a la hora de tomar decisiones. Y la muerte de un joven que se puede evitar, o de una persona en moto que se puede evitar, es una de esas líneas que deberían ser irrenunciables como objetivo de todas las personas con algún grado de influencia en la sociedad.
Para ser claros, los que mueren los fines de semana al volante o producto de alguien alcoholizado al volante, como los accidentes de motos, son casi completamente en el rango de 15 a 25 años. No hay motivos para centrarse en súper controles masivos en toda la población. Tanto el consumo de alcohol potencialmente trágico, como la velocidad al conducir, suele estar concentrada en un solo sector y en pocos horarios. Sabemos cuándo y dónde suceden. Y la omisión, también es una decisión. Nunca se ha hecho nada, salvo poner algún nombre de un joven fallecido en un accidente, a una plaza. Pero eso no evita que vuelva a suceder.
No hacemos lo suficiente.
Estas acciones, en algún momento fueron el promocionado objetivo de la GUR, que luego muto a complementar a la policía pero sin capacidad de acción. Incluso hubo una triste época que el secretario de Seguridad usaba los controles de motos para recaudar en lugar de ser una medida tendiente a bajar los índices de accidentes. Esta medidas no deberían tener ese fin, aunque sea uno de los mecanismos, ya que quien tiene para el pago de la multa recupera la moto y vuelve a tratar de volar en ella. Esta medida poco justa, no siempre es solución. Hay que crear nuevas medidas para impedir que los casos se reiteren una y mil veces en la misma persona, y que una multa no le impedirá jamás a un joven, subirse a un auto o una moto, actuar de modo imprudente o conducir alcoholizado.
Sabemos que sucede y como prevenirlo.
Los accidentes que vimos recientemente, muestran que tampoco terminan en los fines de semana. Fuera del foco del alcohol, la noche y los jóvenes, el descuido y la imprudencia, producto de la falta de conciencia de la gravedad de como conducimos, cuando cometemos negligencias hasta en forma inconsciente, son la causa de la mayoría de los accidentes. Se hace imprescindible ayudar y guiar a la sociedad en un intento por evitar más desgracias. Se vuelve cada vez más necesario tomar medidas de concientización ciudadana más agresivas, a fin de intentar persuadir a los conductores sobre la atención que deben prestar al conducir y el aumento de la prudencia en la vía pública.
Es necesario imponer el conocimiento de la vulnerabilidad de los que se trasladan en moto, ya que sean responsables o no, pueden ser las víctimas de una acción negligente de un tercero, pero el riesgo que corren al subirse a una moto, es tremendamente superior que en cualquier otro vehículo. Son los gobiernos los que deben tomar la iniciativa y ayudar a crear conciencia en los vecinos, más aun sobre quienes deben tomar más precauciones por su propia seguridad.
Decisión, esfuerzo y tiempo.
Si bien nunca se evitarán los accidentes por completo, una conciencia clara y un recordatorio permanente sobre el respeto a las normas, los límites de velocidad, la prudencia y la atención al conducir, desde choferes hasta adolescentes y los padres con hijos que se trasladan en moto por la vía pública, pasando por la señalización de los lugares por donde se puede y no se puede conducir, etc., se podrían evitar consecuencias que luego nos consternan. Tarea más que titánica para la Secretaría de Comunicación pública, áreas de Seguridad, vialidad y educación. Incluso es imprescindible que el objetivo alcance a incluir a las escuelas secundarias y centros deportivos, ámbitos donde se concentra la franja de victimas más alta de este tipo de accidentes.
Miles de veces la desgracia llega sin que se puede evitar y no hay culpables. Pero esta no es la regla, sino la excepción. Podemos hacer mucho para evitar dolores irreparables.
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