La calidad se demuestra sola y a sí misma sin necesidad de etiqueta externa. Si esa calidad hay que adquirirla falsificando, pagando con dinero o favores, la obtención de títulos que le certifiquen y aunque no tiene lógica hacerlo lamentablemente toda la sociedad se inclina sobre ese papel antes que sobre la (falsa) calidad que suscribe, porque se ha perdido la capacidad de distinguir un documento de una cualidad.
Entonces, los seres humanos funcionamos al revés de toda lógica… Si, por ejemplo, existe un excelentemente buen médico, demostrado por sus conocimientos y prácticas, el hombre salva vidas y cura a las personas pero no tiene credenciales, se le encarcela por falsario, pero a un inepto que solo te receta píldoras y vende humo se le justifica por cualquier desmán porque tiene un papel que lo certifica. No me estoy inventando nada y ustedes lo saben. Esto está pasando todos los días. Y ocurre en cualquier plano del saber.
Si no tiene título, es un fraude. El documento está por encima del conocimiento.
Lo que intento con estos ejemplos, no es poner en cuestión el concepto de legalidad o ilegalidad trato de demostrar que la sociedad está mal y ha perdido su foco. Es necesario tener papeles, títulos y certificados que ayuden a ordenar y separar lo verdadero de lo falso. Pero, tristemente lo normal es una especie de Canon impuesto por una determinada manera de pensar. Lo que quisiera, con este artículo, es llamar la atención sobre el cambio de valores que hacemos entre apariencia y excelencia. Ponemos delante la primera sobre la segunda porque, – y esto está sobradamente demostrado –, entre la deidad y el ídolo adoramos el ídolo, y eso es porque al perder la capacidad de reconocer y apreciar lo importante, preferimos una imitación, lo accesorio ante que lo auténtico. Esto ocurre igual en otros muchos casos y cosas: preferimos las normas antes que hacer lo correcto, el premio antes que la ética, el poder en lugar de la integridad, el beneficio a la conciencia… y de los que se puede escribir un buen montón de artículos… Pero en los que se demostraría indefectiblemente lo que decía al principio: que nos afanamos por la apariencia externa antes que por la excelencia interna, y claro, al estar la primera levantada con planos defectuosos, tarde o temprano todo se nos derrumba. Los valores auténticos existen, o no existen, en el interior, y nosotros los buscamos fuera antes que encontrarlos dentro. Y así todo. Nuestras fés están hechas de signos, ritos, dogmas, palabras, poses y apariencias, todo pura manifestación externa, que no se corresponde con la solidez que supone encontrar lo que se busca dentro de nosotros. Fue lo más importante que dijo el Nazareno en su Evangelio. Pero nosotros, la sociedad entera, se rige justo por todo lo contrario. A las obras y consecuencias me remito, maestro…
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