A 22 años de la muerte de este niño que con apenas 5 años perdía su vida tras caer en un pozo. Revivimos los relatos que estremecieron a todo el país. La tragedia acontecida en 1998 dejaba sin su hijo a un matrimonio de la vecina ciudad de San Nicolás y los medios nacionales se hacían eco de la situación.
Te compartimos la crónica publicada en un medio nicoleño, donde se evoca a la memoria y la tristeza una vez más invade el recuerdo de aquellos que vivieron aquel momento, donde todos esperaban un milagro.
«Un día triste que se recuerda», empezó marcando el historiador Ricardo Primo, para citar un caso estremecedor que conmovió a todo un país.
Un 19 de marzo de 1998, un niño llamado Cristian Quiroz, caía en un pozo ocasionándole la muerte. La noticia tomó dimensión nacional y por un par de días, la ciudad fue epicentro de la llegada de periodistas y medios nacionales.
Los historiadores a veces tienen la lamentable tarea de recordar estos hechos que causaron profundo dolor en la sociedad, porque forman parte de su pasado.
El Diario La Nación sostuvo lo siguiente: Cristian murió 10 horas antes del rescate. La autopsia reveló que el niño, cuyos restos fueron inhumados ayer, sobrevivió casi un día dentro del estrecho pozo.
SAN NICOLÁS.- Este pueblo se despertó derrotado por la muerte de uno de sus chicos: Cristian Quiroz. Pero en la pesadumbre de la derrota lo volvió a conmover la angustia, porque se enteró que Cristian murió diez horas antes de ser encontrado.
Dicho en otras palabras: anteayer a las 11 aún estaba vivo. Cuando lo encontraron llevaba diez horas muerto y sólo Dios sabe lo que debió haber sufrido en las entrañas de la tierra durante las 22 largas horas de su martirio.
Durante ese lapso, en la superficie, los padres de la criatura y toda la ciudad aguardaban, sin saberlo, el milagro que nunca llegaría.
Dolió lo que dijo el forense Manuel Caro: «Se murió asfixiado. Tenía tierra en los pulmones y en la garganta». Pero era lógico. Caer desde más de 18 metros a un piso de barro sólo podía tener fatales consecuencias.
Sólo un hombre, el bombero Jorge Tamer, sabe de qué agujero lo sacó, de qué manera lo encontró. Aunque todavía resuene en sus oídos la frase con que se daba ánimos: «Para mí está vivo, tiene que estar vivo».
Lágrimas en el Sepelio
La niebla que veía cerniéndose sobre esta ciudad tranquila, recostada sobre un recodo del gran Paraná, se levantó ayer por la mañana y dejó ver un sol fortísimo.
Bajo el cielo diáfano como un cristal bruñido se realizó el entierro del chico de cinco años. Entre escenas de dolor inenarrables, los padres de Cristian tuvieron que ser sacados del cementerio en ambulancia. La pena pudo más.
San Nicolás todo, poco pudo hacer. Sólo llorar y acompañar a la familia destrozada.
La multitud tuvo, sí, tres espontáneas expresiones: aplaudieron a los padres, vivaron el nombre de Cristian y reclamaron justicia, como si en lugar de una tragedia lo que hubiera ocurrido aquí hubiera sido uno de esos crímenes que suelen sacudir, de tanto en tanto, a las provincias.
Al término de la ceremonia en el camposanto, la ciudad pareció vaciarse como por encanto.
Las mesas de las confiterías diseminadas a lo largo de la peatonal Mitre lucían desiertas. El tradicional chismorreo amenizado con el vermouth y la picada fue pospuesto hasta nuevo aviso.
La ribera del río, que suele poblarse los fines de semana de veleros y de bañistas, sólo mostraba las escamas doradas de las aguas bajo un sol ya impiadoso.
Hubo mucha gente, en cambio, en la parroquia San Nicolás, donde tras el sermón del padre Gustavo hubo más lágrimas que otra cosa.
A pesar de la calma propia de los sábados, el clima comenzó a sentirse distinto cerca de los tribunales.
Negligencias
Mientras el ministro de Gobierno bonaerense, José Díaz Bancalari, anunciaba que iniciaría una investigación para determinar quién había dejado el pozo destapado, muchos apostaban al juez Héctor Lezcano, quien desde anteayer tiene una causa que, por ahora, está caratulada como accidente, pero que en realidad para todos ya es un homicidio culposo.
«El hoyo no debió haber estado a medio metro de la vereda ni al alcance de nadie, mucho menos de un chico de cinco años que, sin saberlo y todavía sonriente, descendió de un solo viaje a la muerte», reflexionó ante La Nación el vecino e historiador Daniel Perrota.
Todos son conscientes aquí de que el calvario de Cristian tuvo un epílogo que ni el más corajudo de los adultos podría soportar.
Fue un agujero tan angosto como profundo, que angustió no sólo a los pobladores de San Nicolás, sino a muchos argentinos que sintieron la asfixia de Cristian.
De sus días vividos quedará la alegría, de sus horas de encierro sólo la angustia.
Se fue sin decir palabra. Ahora les toca hablar a otros, porque Cristian Quiroz ya no puede.
El bombero que no tuvo tiempo de llorar
Angustia: el hombre que sacó el cuerpo de la víctima dice que en todo momento pensó que podría entregárselo con vida a los padres.
SAN NICOLÁS (De un enviado especial).- Fue el primero en bajar a buscarlo; después pasaron otros por el fondo del barro. Finalmente, él, Jorge Tamer (37), lo subió en sus brazos, lo sintió como a un hijo y, como todos los que tienen hijos, sufrió su muerte más que la de nadie.
Trabajó 32 horas, descendió siete veces a ese confín de la tierra que se convirtió en sepultura y jamás pensó en la muerte. Apostó a la vida, pero perdió.
Este bombero tiene un hijo de dos años y «otro que está por venir». Nació en La Plata y dice ser un «adoptivo» de San Nicolás, pueblo que jamás querría dejar.
Ayer acompañó a los padres de Cristian Quiroz al cementerio. Anteayer, en medio de la tierra, pudo ser el héroe de la jornada. En realidad lo fue. Los héroes no siempre ganan, por eso lo son.
«Me entrené mucho tiempo para actuar en espacios confinados. No se es bombero de un día para el otro, se necesita mucho entrenamiento», aclara, desestimando el arrojo que lo llevó a ser protagonista del milagro que no pudo ser.
-Usted está acostumbrado a manejarse con el dolor y, sin embargo pareciera estar a punto de llorar.
-Sí, es cierto, lo que pasa es que todavía no tuve tiempo ni lugar.
-¿Cómo fue todo allí abajo?
-Nada fácil. El aire estaba enrarecido. El primer intento lo hice por el pozo original y quedé trabado. Después, el tiempo apremiaba e inicié el acercamiento hasta donde estaba Cristian.
-¿Creyó hasta el final que el chico estaba con vida?
-Sí. Cuando lo tomé entre mis brazos, para mí no estaba muerto. Yo soy un bombero y debo trabajar hasta el final como si todos estuvieran vivos, aunque intuya lo contrario. Yo jamás perdí la esperanza, aunque el frío del fondo me indicaba que Cristian podía sufrir una hipotermia. A Cristian lo tomé como propio, como a otros a los que tuve la alegría de salvar. Lo peor que te puede pasar es que se te muera un chico. Es un duro golpe.
Mientras habla, a Jorge Tamer le tiemblan los labios. Sigue emocionado por la muerte de quien sintió como a un hijo. Fue el primero en ir a buscarlo, lo tuvo sin vida en sus brazos y se lo entregó a sus auténticos padres con el dolor de no haber podido traerles la vida que ellos esperaban.
Cuando la TV ignora la barrera del dolor
A las 20.45 de anteayer, la esperanza se hundió definitivamente en el pozo de la evidencia. Luego de 32 horas de lucha, el cuerpo de Cristian Quiroz había sido rescatado sin vida de ese infierno de barro y frío en San Nicolás, a más de 18 metros de profundidad. El televidente supo por la misma pantalla con la que había compartido el deseo de vencer a la muerte que la batalla estaba perdida. Derrotado, sólo se atrevió a preguntar: ¿era necesario? La dignidad del espectador se obstinó en saber si realmente era necesario que -como explicaron en Crónica TV- un comisario tuviera que presentarse en el lugar con una orden del juez para cortar la transmisión televisiva en vivo y en directo desde el lugar, ¿por qué hizo falta que interviniera un juez para que el ojo bulímico de la TV se diera por satisfecho?».