En nuestra vida lo que nos sostiene constantemente son tres columnas, que sin las cuales caeríamos a cada paso, seriamos como cualquier otra creatura que no posee la capacidad de amar y de ser amados. Estas tres columnas son la fe, la esperanza y la caridad.
La fe se ve, se siente, sabemos cuándo nos hace falta o cuando podemos sostenernos en ella; la caridad se hace, se sabe qué es, se vive, se puede experimentar diariamente. ¿Pero qué es la esperanza?: indudablemente es la más humilde de las tres virtudes, porque en la vida se esconde y a veces hasta parece como si ya no la tuviéramos. Podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, sí, es una virtud arriesgada. ella nos hace salir de una manera extraordinaria a algo mas allá de lo cercano, de lo que percibimos frente a frente, pero hay que saber también que no es una ilusión. Es la que tenían los israelitas quienes, cuando fueron liberados de la esclavitud, dijeron: «nos parecía soñar. Entonces nuestra boca se llenó de sonrisa y nuestra lengua de alegría».
Y claro que si, solamente la esperanza es la que nos hace soñar, ir mar adentro y no estar refrescándonos en los ríos de lo que obtenemos en lo inmediato. Ella nos transforma en profundidad, nos llena de alegría en lo que vendrá, así como «una mujer embarazada es mujer», pero es como si se transformara en el momento que concibe y se convierte en mamá, soñando, riendo, amando lo que viene.
La esperanza no desilusiona, es segura. Pero ésta no es fácil de entender; y esperar no quiere decir ser optimistas. Así que «la esperanza no es optimismo, no es esa capacidad de mirar las cosas con buen ánimo e ir adelante», y no es tampoco sencillamente una actitud positiva, como la de ciertas «personas luminosas, positivas». Esto, «es algo bueno, pero no es la esperanza».
Los primeros cristianos la pintaban como un ancla. La esperanza era un ancla; un ancla fijada en la orilla del más allá. Nuestra vida es como caminar por la cuerda hacia ese ancla. «¿Pero dónde estamos anclados nosotros?». «Estamos anclados precisamente allá, en la orilla de ese océano tan lejano o estamos anclados en una laguna artificial que hemos hecho nosotros, con nuestras reglas, nuestros comportamientos, nuestros horarios. ¿Estamos anclados allí donde todo es cómodo y seguro? Esta no es la esperanza».
La esperanza «es una gracia que hay que pedir»; en efecto, «una cosa es vivir en la esperanza, porque en la esperanza hemos sido salvados, y otra cosa es vivir como buenos cristianos y no más; vivir en espera de la revelación o vivir bien con los mandamientos»; estar anclados en la orilla del mundo futuro «o aparcados en la laguna artificial». Por medio de María, pidamos la gracia de ser hombres y mujeres de esperanza.
¡Que el Señor te bendiga y la Virgen te proteja!
Rvdo. P. Daniel de la Cruz dj