Las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias arrojaron un resultado negativo. Y curiosamente no tiene nada que ver con la victoria (que no decide nada) de los ganadores o la derrota (que tampoco interrumpe las responsabilidades y derechos) de los perdedores.
Una vez más, las elecciones nos mostraron la peor cara de la Sociedad: en la que los que pierden someten a duda el fallo democrático, acusan a los que apoyaron a la coalición o frente vencedor de que son ladrones y que la gente (filosóficamente no se hacen cargo de ser “gente”) no sabe votar.
Los que ganaron, por su parte, no paran de inundar cuanta manifestación pública (redes sociales incluidas) de dedicatorias a los que no piensan lo mismo, como si les hubieran quitado algo, como si los hubieran censurado, como si algo tuvieran contenido durante años y no pudieron decir. Como si el resultado de las elecciones pasadas no hubiera sido mérito de lo que votó la mayoría y que no vivieran en un sistema en el que la mayoría toma las decisiones. ¿Acaso ganar en una votación popular te da la razón? ¿Te hace más honesto o convierte al perdedor en deshonesto?
Como sea, la estrategia electoral denominada “grieta” –que data de hace mucho tiempo pero fue utilizada durante el kirchnerismo y el macrismo para que la gente votara por contraste- sigue surtiendo efecto: no solo provoca distanciamientos y peleas sino que contribuye a aquella máxima de los reyes de la época feudal: “divide y reinarás”.
Cuánto más fácil le resulta a los inescrupulosos dominar a la masa si la masa está atontada peleándose entre sí. Cuánto más sencillo se hace que pueda elaborar macabros planes para su beneficio propio mientras los 44 millones y pico de veedores se distraen discutiendo relatos y consignas vacías.
Hubo quienes alzaron el puño como una victoria personal ante un porcentaje que superó sus expectativas. Hubo quienes no salieron de sus casas para no enfrentar a los que no piensan como ellos para no “comerse una verdugueada”. Hubo enojados, arrepentidos, interpretadores de resultados, necios y soberbios. Todo eso salió. Emergió de los cimientos más oscuros de nuestro pueblo como una letrina nauseabunda rebozante.
Mientras estamos inundados en estos pensamientos que sólo benefician a los que nos quieren estafar, los que votaron con el bolsillo ya pueden ver la reacción de los mercados y cómo se volvió a devaluar su salario; los que votaron para castigar, están aferrados a una esperanza tan vacía como la promesa de que con una reelección todos los errores se corregirán; los que sufragaron por una tercera, cuarta o quinta vía ya sacan cuentas y piensan en a cuál de las fuerzas hegemónicas apoyará para no sentirse un perdedor.
Los colegas periodistas intentando despegarse de los que no ganaron, diciendo que ellos advirtieron lo que sucedería. Y las encuestadoras tratando de defender sus erráticos cálculos en la tele. Y los comunicadores buscando el término más dramático para pintar la situación, o haciéndose los tontos, en muchos casos, descubriendo un contexto ¿inesperado? y culpando al que aparece primero en la boleta. Horas y horas; páginas y páginas analizando lo obvio, buscando no naufragar en lo que para muchos es inaceptable: reconocer un error.
Y la revancha. Y las dedicatorias. Y la mala educación. Y el concepto errado que el otro es el enemigo por pensar diferente. Y todo ese cóctel autodestructivo que nos convierte en el país que siempre promete y nunca cumple.
Todo eso pasó ayer.
(*) por Matías Rosa